Mili una historia. Capítulo 39. El permiso

Cuando escribí mi redacción puse el nombre de Alejo y le encargué  que pusiera el mío en la suya.

-¿Estás seguro? – preguntó – No querrías firmarla.

Me la pasó, la leí  y no era tan insolente como me temía. Así que la adopté.

Cuando las publicamos en la pared la «mía» sorprendió por audaz y él recibió alabanzas por la inesperada mesura.

Todo el material, tanto las caricaturas del soldado de la segunda compañía como las redacciones llegaron a manos del páter que, enseguida, tuvo claro qué hacer con ellas. Me vino a la biblioteca y me entregó la redacción de Alejo y la caricatura del grupo.

-Conviértela en artículo de 300 palabras y haz referencia a la caricatura.

Ya estaba en la puerta cuando se volvió, pareció dudar y al fin habló:

-Me da lo mismo quien disfrute del permiso, puedes firmar el artículo.

No esperó mi respuesta y yo acepté la sugerencia.

La revista publicó el artículo y la caricatura y el páter extendió el permiso de siete días a nombre de Alejo. Con él venía un billete de tren y un salvoconducto. Estaba seguro de que mi amigo necesitaba el permiso más que yo y que le sacaría más partido.

Lo aprovechó para arreglar sus problemas familiares. A su vuelta decidí no preguntar, mas él venía tan contento que deseaba contarlo todo. Aprovechó una tarde que no había gente en la biblioteca.

-Resulta que mi suegro es un intrigante. Retuvo mis cartas para convencer a su hija de que yo no quería saber nada de ella, consiguiendo así que ella dejara de escribirme. Por último envió la carta que leíste diciendo que ella se había comprometido con otro. Esperaba mientras tanto apañar una boda con un viudo que babea por mi novia. Quería conseguirlo antes de mi vuelta, claro, pero no contaba con el permiso. Te debo la vida.

-Se la debes al páter y deberías agradecérselo, créeme. Sigue contando.

-Cuando llegué lo primero que hice fue ir a ver a un amigo que me puso al día. Después fui a ver al viudo, se disculpó diciendo que había sido engañado por el padre quien le hizo creer  que yo la abandonaba por no querer a mi hijo.

-Conociéndote, menudo susto se llevaría.

-Le dejé bien claro que ella era mi mujer y que la quería más por llevar a mi hijo en su seno. – Al oírlo pensé que leer poesía le había hecho bien – Después mi amigo me preparó una cita con ella. Fue un reencuentro maravilloso, pero no perdimos el tiempo, nos fuimos ante el cura con la pandilla de amigos y amigas que sirvieron de padrinos y testigos y nos casamos en un santiamén.

-Nunca mejor dicho, – apunté – lo que no entiendo es cómo el cura accedió a casaros sin más.

-Le contamos todo y algo sabía él también, ya conoces lo que pasa en los pueblos. Además estaba el hecho del embarazo. El caso es que le echó un par y tuvo que vérselas después con mi suegro al que puso en su sitio afeándole todas las mentiras utilizadas para, en definitiva, hacer infeliz  a su propia hija.

-Pues todo arreglado, ¿no?

-No todo, – vi como le cambió el rostro – yo seguiré aquí cuando ella dé a luz. ¿Crees que me darán otro permiso para ver a mi hijo?

-Estás casado y será por tanto tu hijo legítimo. Creo que sí. Infórmate y yo hablaré con el páter. Pero antes aclárame una última cosa: ¿por qué tu suegro no te quería para su hija?

-Sabes como soy, en el pueblo me tienen por un chalado y no les falta razón, he hecho toda clase de trastadas. Ahora que mi mujer y nuestro hijo merecen que siente la cabeza.

Dije para mí que además de sentarla debía ablandarla, algo más difícil.

-¿Qué heredará tu hijo de ti? – le pregunté cuando se iba.

-Nada. Bueno sí, mi sonrisa, con ella conquisté a su madre.

Unos días después me llamó el páter en un momento muy oportuno pues me sacó de la soporífera clase del sargento. Lo encontré en la cantina, era el único oficial que se veía por allí de vez en cuando.

-Siéntese – ordenó más que pidió.

-¿Quién es ese amigo suyo que se fue de permiso en su lugar? – Me dejó con la boca abierta, fue a la barra y se trajo dos cervezas.

No podía creer que el páter tuviera curiosidad por este tema. No obstante se había ganado el derecho a que se le informara de todo lo relacionado con el permiso.

-Durante  el permiso se casó con su novia embarazada; por eso era tan importante para él disponer de esos días. Se enteró en el CIR del embarazo y desde entonces ha intentado por todos los medios conseguir un permiso.

-Y se lo consiguió usted. Es muy generoso por su parte.

-Él lo necesitaba más. Pero permítame decirle que se lo dio usted.

-Ya. Por eso se me presentó el otro día para darme las gracias. Dijo que usted se lo había aconsejado y que me estaba tan agradecido que…

Se interrumpió al empezar a reír a carcajadas. Paró al saberse observado, tomó un sorbo de cerveza y se atragantó al darle otro golpe de risa. Se quitó como pudo todas las manos que, solícitas, daban golpes a su espalda. Tardó en calmar la risa, parecía que no podía evitarla cuando se acordaba de lo que iba a contarme.

-Pues bien, – dijo al fin – como no se le ocurría otra forma de agradecérmelo dijo estar dispuesto a ponerle mi nombre a su hijo.

Lo imaginé enseguida. Nadie sabía cómo se llamaba, todo el mundo se refería a él como páter o capitán capellán.

-Y tiene usted un nombre raro – aventuré.

-¡Qué va! Lo que pasa es que me llamo como su suegro. Tenía que haber visto la cara que puso y el apuro que le daba tener que contradecirse.

Ahora reíamos los dos. Se levantó y se dirigió a la puerta.

-¿Qué decidió al final? – intenté detenerlo con la pregunta.

-Se lo está pensando.

 

 

 

 

 

 

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