El día deseado, tan esperado, el que se veía tan lejano, amaneció lluvioso como los demás. Pero éste tenía un gris diferente y la lluvia producía un sonido distinto al chocar contra los cristales. Y es porque podías pararte a captar con nitidez lo que llegaba a través de los sentidos. Era el último día y también el primero.
Hubo reacciones de todo tipo, hubo quien no paraba de saltar sin saber qué más podía hacer, quien se decantó por la inmovilidad, encantado de no tener que responder de forma inmediata a las órdenes que ya no eran para él, quien se hizo el interesante mostrándose escéptico como si aquello no le afectase, quien se dedicó a hacer el petate para salir pitando en cuanto tuviera la cartilla en la mano, quien atendía a todos los toques de corneta y órdenes a los que no podía sustraerse y se presentaba en las filas de donde lo echaban con cajas destempladas. Y quien lloraba como una magdalena y repartía abrazos.
A media mañana teníamos en nuestras manos la Cartilla del Servicio Militar y el pase para viajar de forma gratuita hasta nuestro domicilio. Previamente habíamos entregado nuestra ropa de faena y la llamada de bonito; me llevaba las botas casi nuevas, las llevaba puestas. Alejo había hecho el relevo con su sucesor y le había endilgado la tarea de «despojarnos de nuestras vestiduras».
Estaba eufórico, tenía más motivos que nadie pues iba a coger en brazos a su hijo nacido hacía dos meses. Haríamos el viaje juntos hasta Almería, así que me preparé para mirar la foto del niño que me mostraría otras cien veces y decir que el niño no se parecía a él, que era guapísimo y que tenía su sonrisa.
A la espera de que nos permitieran cruzar, por última vez, la puerta de la que había sido nuestra «casa» durante un año, me dediqué a pasar las páginas de la cartilla blanca en busca de datos como estos: pertenecía al contingente de 1976, 4º llamamiento; me incorporé a filas el 6 de Octubre de 1976 al CIR 12, presté juramento de fidelidad a la bandera el 12 de Diciembre de 1976, el 31 de Diciembre me incorporé al Regimiento de Infantería Milán 3, el 1 de Enero de 1977 me incorporé al Príncipe 3.
Esas dos últimas fechas no son reales, las adaptaron por la razón que fuese, probablemente para hacer coincidir el cambio de nombre de Milán 3 a Príncipe 3. Como ésta: el 15 de Enero de 1978 pasé al servicio eventual. Marchamos un mes antes, se suponía que por el permiso de un mes que no habíamos disfrutado. Prefirieron liberarnos un mes antes y que disfrutáramos de la feliz estancia sin interrupciones.
¡Ojo!, el 20 de Enero de 1977 fui ascendido a cabo de infantería. Cabo rojo para los amigos.
En la página 24 aparecía el concepto que había merecido a mis jefes: valor se le supone/carácter normal/conducta, aseo, grado de confianza y amor al servicio buenos.
En la página 26 se hacía constar el tiempo de servicio prestado: 1 año, 3 meses y 9 días.
-¡Vamos, vamos! – decían.
Metí la cartilla, la tan nombrada cartilla blanca y los otros documentos para el viaje en el bolsillo de mi cazadora, eché al hombro el petate y bajé las escaleras con parsimonia, las mismas escaleras por las que se bajaba y se subía a la carrera. Al cruzar la puerta no pude por menos que mirar a la bandera y después a mi compañero que lo cogió a la primera.
-Estás en un error, no fui yo el de las botas.
-A ver si me vas a meter en un lío, – añadió más bajito – ¿se lo mereció o no?
Salimos a Oviedo, la ciudad que tanto nos gustaba, anduvimos por ella en dirección a la estación de tren, disfrutándola, mirándola con otros ojos, recorriéndola sin prisa. Nuestro tren salía por la tarde y habíamos planeado tomar un bocadillo con cabrales y una botella de sidra. ¡Qué bien nos supo! De otra manera. Mejor.
De camino a la estación paramos en una pastelería. Me iba a costar caro pero la ocasión lo merecía, compré una docena de carbayones para el viaje, los pasteles típicos de Oviedo, ciudad de la que quería llevarme un dulce recuerdo.
Intenté comparar la estación de Oviedo con la de Almería. Sin dejarme llevar por el amor a mi tierra, la de Almería le daba cien vueltas, era mucho más bonita. A pesar de no poder olvidar que allí comí con hambre y de pie el primer chusco y tomé el tren de tercera hacia León para hacer un viaje larguísimo e incómodo. Le pedí opinión a Alejo que no se lo pensó:
-Ésta me gusta más.
-¿Seguro? -pregunté incrédulo creyendo que él no se dejaba llevar por el amor propio o sentimentalismos.
-Claro, está mejor iluminada – argumentó. Ahora no lo entendía.
-Por la noche. – precisó – ¿Qué más da? A las dos llegan trenes, los coges y te llevan a donde quieres. Bueno, no siempre. Por cierto, a mi pueblo no llegan, nos apañamos con autobuses.
Siguió hablando hasta que se acordó de su hijo, sacó la foto y me la mostró por primera vez ese día.
El viaje de regreso fue lento, con dos trasbordos, incómodo y frío pero ¿a quién le importaba?
En la estación de Almería nos despedimos antes de caer en los brazos de la familia.
Hoy, 6 de Octubre de 2016, justo 40 años después, concluyo la «mili una historia» con el deseo de no haber molestado a nadie. Los personajes son reales pero no sus nombres que, en muchos casos, he procurado obviar. Los hechos son reales y transcurrieron en las dos ciudades: León y Oviedo, en el CIR 12 y en el cuartel Milán 3, después Príncipe 3. Las apreciaciones y las opiniones son exclusivamente mías, así como los recuerdos rescatados de la memoria.